27.12.10

Sobre Espadas

Como ningún otro objeto las espadas fueron parte de la mitología caballeresca medieval.
Lo mismo sucede en las mitologías anteriores, tanto fuera en la nórdica, en las orientales (japonesa, china, india), en la celta, en las de antiguas civilizaciones, incluso, como la griega, romana y más atrás la sumeria y egipcia las espadas fueron inseparables compañeras de aventuras. En cada una de estas historias se hizo hincapié acerca de las cualidades tanto éticas como morales de quien empuñaría tan preciado don. No cualquiera podía cortar la cabeza de Medusa, sólo alguien como Perseo. Y no todos podrían conquistar aquello que El Cid Campeador logró. Y sólo Arturo pudo con Excalibur.
Tal vez por el simbolismo de hombría que lleva implícito este objeto, tal vez por las cualidades que debe tener su confección para convertirse en una valiosa compañía de los grandes hombres de la antigüedad, lo cierto es que rodea a las espadas históricas un halo de realidad, inexcusable e indubitable, un rigor histórico relatado en muchas bitácoras tomadas a través del tiempo.
En el fragor de las batallas, en los enfrentamientos que se sucedieron en el pasado, durante los albores de la humanidad, cuando los dioses regían los destinos de los hombres, las espadas tenían un significado especial, mítico, único y trascendente.
Un hombre sin espada era un hombre sin valor, sin nada, no podía defenderse ni a sí mismo ni a sus seres queridos, ni a sus bienes más preciados.
Y en ese crisol de amores y odios simples, retorcidos a la vez por tratarse habitualmente de enfrentamientos básicos, se forjaron miles de historias.
Algunas románticas, otras de tristeza, la mayoría de bravura, valentía y su contrapuesta cobardía.
Como dijimos, algunos  relatos fueron reales. Pero en algún punto, tal vez en ese que el resto de la humanidad contemplativa buscó y busca ejemplos a seguir o vergüenzas que olvidar, la realidad y la fantasía se unieron. Y es cuando los relatos no llegan del todo claros, cuando los mitos se convierten en realidades y los cuentos echan a correr por los caminos de la historia verdadera, entremezclándose en los corrillos de viejos, o en medio de las núbiles señoritas que esperan su gran amor principesco.
Allí entran ellas, las espadas mágicas, míticas, protagonistas de tiempos en los que el hombre buscaba en los lagos a la dama que le ofreciera sus dones o al menos que lo tentara con riquezas, o tal vez con la plusvalía del acero.
Los dioses y caballeros del pasado están ahí, dispuestos a contarnos sus historias guerreras. Para que aún hoy, cuando las computadoras y la digitalización ocupan buena parte de nuestras vidas, la fantasía y la aventura, el romanticismo de las princesas o damas encerradas en alguna torre, las espadas que no pueden escapar de su destino dantesco, aparezcan en nuestra lectura, en nuestra imaginación, el bien más preciado que tenemos como humanidad.
Porque los cuentos y los relatos, las narraciones y las historietas, el mundo y sus eternos conflictos no serían lo que son si hace mucho no hubiera existido Durandal o Excalibur. O la célebre Notung. O la preciada Hrunting.
Porque tal vez para que algunas cosas retomen su valor, inocentemente y sin darnos cuenta esperemos a un Arturo que llegue a fundar aquel Avalon, donde nada malo podía suceder.
Mientras tanto, soñemos con ellas, las espadas que figuran en la historia humana, como si fueran guardianas de la lealtad, "con la idea de la restauración de un regnum perdido en un momento de debilidad"(Ramón Grande del Brio, en su interpretación de una leyenda visigoda).

"Una espada perfecta debe llenar los requisitos de fuerza, dureza y flexibilidad" (Kuo Chang-hsi, forjador de espadas coreano)

"Fuego soy apartado y espada puesta lejos...;como el fuego apartado o como la espada aguda, que ni él quema ni ella corta a quien a ellos no se acerca" (la pastora Marcela en Don Quijote)

Alejandra Márquez
Colaboración para Magma

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